A las 7 de la mañana era el vuelo de la compañía Trigana, la única con pasajeros que vuela hacia Wamena y, como me habían advertido, debía estar dos horas antes en facturación, pero como no es necesario ser tan puntual aquí, lo que hice esta vez fue levantarme a las 4:30 para recoger la habitación, hacer la mochila y marchar al aeropuerto bien pasadas las 5, ya que sólo está a 10min. caminando desde el hotel. Era aún de noche y apenas había movimiento por la calle. La lluvia que llevaba cayendo desde primeras horas de la mañana hizo que la temperatura bajara bastantes grados. Al llegar al aeropuerto apenas habría 10 o 15 personas sentadas en el suelo. No habían abierto aún la puerta de acceso porque el personal de tierra de Trigana aún no había llegado. Ni siquiera ellos, trabajadores de un aeropuerto, llegan a su hora en este país. Ni que decir que salimos con hora y media de retraso, como era de esperar.
Llegar hasta mi nuevo destino es tener que coger el avión obligatoriamente porque no hay carreteras y es imposible llegar por río.
Llegar hasta mi nuevo destino es tener que coger el avión obligatoriamente porque no hay carreteras y es imposible llegar por río.
Una vez en las alturas, bajo el avión y de algunas nubes, una interminable capa de color verde invariable se extiende insistentemente en esta parte de la isla mientras serpenteantes ríos de color chocolate resquebrajan la majestuosa imagen. Es tal la espesura que resulta impenetrable por ningún lado. "¿Cuantas tribus ocultas entre tanta naturaleza podrán existir aún sin ser localizadas?", me preguntaba mientras miraba a través de la arañada ventanilla junto a mi asiento.
En un planeta de más de seis mil millones de personas, las culturas primitivas aisladas están siendo empujadas al borde de la extinción como consecuencia del desarrollo insostenible al que estamos llegando. El ansia de muchos de enriquecerse inmediatamente a costa de destruir la naturaleza junto al deseo de otros de descubrir nuevas tribus ha dado como resultado absurdas aniquilaciones debido a enfermedades contraídas, esclavitud, hambre y el proselitismo como los que se tragó casi la totalidad de las sociedades tribales del mundo tras la llegada de los exploradores europeos.
Otra forma de turismo de aventura, que se lleva practicando desde hace décadas en este amplio territorio como es Papua es la de intentar visitar tribus que nunca han visto un piel blanca, (una piel mutante, como la nuestra, que nos la quitamos cuando vamos a bañarnos y nos la ponemos nuevamente tras secarnos) pues hay gente que paga muchísimo dinero para realizar este tipo de viaje, queriendo encontrar "algo" quizás para fotografiar y luego lucirse delante de los coleguillas. O quizás recorrer países enseñando sus diapositivas, haciendo exposiciones fotográficas, escribiendo libros..., es decir, beneficiándose económicamente.
Y los reportajes de las televisiones del mundo que muestran primitivas tribus desnudas atravesando junglas y montañas de Nueva Guinea no son exactamente reales. De acuerdo, quien quiera filmar eso que forme un grupo turístico donde el tour-operador pague a los locales por realizar el evento para ellos.
Entre tanta interminable jungla de enormes árboles es posible que las tribus de hombres desnudos con arcos y flechas o incluso ocasional canibalismo todavía exista. Personalmente creo que es un mito que el canibalismo haya llegado a su fin. Posiblemente suceda sólo ocasionalmente. La isla es muy amplia y aquellas tribus desnudas que no hayan tenido ni un mínimo contacto podrían estar bien alejadas en el interior. Posiblemente nadie pueda encontrarlos, incluso arriesgando la vida en el intento. Sólo echando un vistazo a Papua en Google Earth se puede ver cómo de inmensas son las selvas aquí.
Y ésto no es lo que yo busco. No quiero ver tribus danzando y cantando en estado natural, porque sé que ya no hay. Las misiones cristianas, que hace casi setenta años que desarrollan sus programas de evangelización y culturización en las diversas tribus indígenas, se encargaron de acabar con ello. Lo que yo quiero es vivir su cultura, su comida, su entorno. No busco llegar hasta ningún lugar olvidado o perdido en una selva tropical donde pocos han podido llegar.
Visitar a los papues es para mi un reto, la máxima pasión que se pueda tener, porque sé que es caro vivir aquí, que todo se tiene que llevar en avión y eso dobla o triplica los precios, pero será la satisfacción de conseguir un sueño que llevo años preparándome.
No considero que este lugar sea el fin del mundo como muchos reportajes y revistas de viajes venden en sus portadas, ese rincón del planeta donde nadie espera encontrar nada porque ya es muy tarde para encontrar eso, o lo que un antropólogo querría como culmen de su trabajo de campo.
Mientras continúo observando a través de la ventanilla de vez en cuando aparecen grupitos de viviendas que apenas puedo llegar a distinguir en medio de tanta jungla. Quizás sean unos de tantos poblados de las misiones. En un lado, posiblemente sobre un montículo haya una iglesia, o dos.
Otras veces aparecen poblaciones más grande perfectamente trazadas, donde la carretera que llega hasta ellas desparece en algún punto entre la espesura.
De pronto aparecen algunas cordilleras de altas montañas. En sus cimas, la misma frondosidad que en tierra. Tan sólo los enormes riscos están pelados. Hay tanta hermosura en el paisaje que parece que estoy viendo un reportaje de naturaleza.
Comenzamos a descender y la voz de la azafata nos avisa de la inminente llegada a Wamena, la ciudad principal en el Valle Baliem.
Comenzamos a descender y la voz de la azafata nos avisa de la inminente llegada a Wamena, la ciudad principal en el Valle Baliem.
El valle de Baliem está rodeado de las montañas más altas de Papua y éstas a su vez, en perfecta armonía, lo están de las selvas más impenetrables del planeta. Lo atraviesa el río Baliem. Mares de nubes quedan retenidas en sus alturas, se mueven y desaparecen entre ellas.
Mientras nos acercamos a la pista de aterrizaje voy observando la ciudad. Parece que vayamos a aterrizar en su avenida comercial.
Mientras nos acercamos a la pista de aterrizaje voy observando la ciudad. Parece que vayamos a aterrizar en su avenida comercial.
Lo primero que veo al bajar es un grupo grande de gente apretujado tras unas vallas. No creo que sean guías esperando la llegada de turistas para abalanzarse sobre mí reclamando su elección como guía a través del valle. Es lo que sucede normalmente en época turística, pero ahora no lo es. Mejor para mí.
Afortunadamente sólo dos individuos se presentan. Uno de ellos me acompaña hasta el hotel donde me quiero quedar. Está justo al lado de la Terminal entre otras pocas casas que rodea el aeropuerto, tan sólo separado por una valla metálica. Por el camino ya comienzo a ver a los primeros (o los últimos) indígenas, entrados en edad, que se resisten a abandonar su manera tradicional de vestir: desnudo, la pinga introducida dentro de un koteka (pequeña especie de alargado calabacín hueco), y los huevillos por fuera, es el taparrabo tribal. La punta la tiene atada con un cordal que rodea la cintura. La parte baja amarrada alrededor de los huevos. En la cabeza, una cinta de rafia con pequeñas plumas marrones de ave. Se dirige a pasos acelerados hacia el otro lado del aeropuerto donde hay concentrado un gran número de personas junto a un avión militar de carga. Me comenta el guía que por muy poco dinero pueden viajar en él cuando han descargado y debe regresar vacío. Es una de tantas ayudas que presta el gobierno a los residentes locales.
El hotel no es barato si lo comparo a los precios que he pagado anteriormente porque aquí hay un precio superior para todo. Nada es barato. Estoy preparado para casi doblar el presupuesto diario y tener que pagar un alto precio por realizar el trekking que tengo pensado realizar aquí.
Afortunadamente sólo dos individuos se presentan. Uno de ellos me acompaña hasta el hotel donde me quiero quedar. Está justo al lado de la Terminal entre otras pocas casas que rodea el aeropuerto, tan sólo separado por una valla metálica. Por el camino ya comienzo a ver a los primeros (o los últimos) indígenas, entrados en edad, que se resisten a abandonar su manera tradicional de vestir: desnudo, la pinga introducida dentro de un koteka (pequeña especie de alargado calabacín hueco), y los huevillos por fuera, es el taparrabo tribal. La punta la tiene atada con un cordal que rodea la cintura. La parte baja amarrada alrededor de los huevos. En la cabeza, una cinta de rafia con pequeñas plumas marrones de ave. Se dirige a pasos acelerados hacia el otro lado del aeropuerto donde hay concentrado un gran número de personas junto a un avión militar de carga. Me comenta el guía que por muy poco dinero pueden viajar en él cuando han descargado y debe regresar vacío. Es una de tantas ayudas que presta el gobierno a los residentes locales.
El hotel no es barato si lo comparo a los precios que he pagado anteriormente porque aquí hay un precio superior para todo. Nada es barato. Estoy preparado para casi doblar el presupuesto diario y tener que pagar un alto precio por realizar el trekking que tengo pensado realizar aquí.
De suerte que el guía tras unas series de preguntas pronto me abandona porque está a punto de aterrizar otro avión que viene de Jakarta y es mucho más grande. Es decir, ¿mas turistas?, ¿mas posibilidad de negocio?. Me deja como "de Plan B". Mejor para mi porque lo que quiero hacer estos días es quedarme aquí y acomodarme a la altura y a la temperatura nocturna, que desciende hasta los 15°.
Esta es una ciudad muy triste para mí pues me recuerda mucho a lo que está sucediendo en Lhasa y otras ciudades tibetanas, que el gobierno están ampliando la ciudad para traer a mas indonesios y así debilitar la mayoría de locales y tener mejor controlada a la población. Se está haciendo grande y la influencia indonesia es enorme y continua. Los comercios, restaurantes y transportes (taksi y ojek) están dominado por indonesios, mientras los papues siguen tirados por los suelo vendiendo Pinang (nuez de bethel), ese fruto que se mezcla con polvo de conchas, una vaina de mostaza y reacciona produciendo un rojo eléctrico, que mancha los dientes, los labios, las camisas, el suelo, y las paredes de las habitaciones de algunos hoteles donde me he estado alojando últimamente.
Los vetustos Becak (triciclos), sin embargo, son conducidos por los papuos.