10/1/13

Caminando los Montes (Parte I)

Treinta minutos antes de la hora acordada para el encuentro en el hotel ya estaba esperando Jerry, sentado en uno de los sillones del hall. Sobre la marcha dejé mi mochila grande en el almacén del hotel para que me la cuidaran estos días que me iba de caminata y subimos a dos Becak (bici-taxis) para dirigirnos al Mercado Misi a recoger la compra del día anterior. Estuvimos media hora esperando que el Taksi se llenara -a tope- para proceder a salir dirección S., hacia Sogokmo, último kampung donde llega en buenas condiciones la carretera.
Esta ruta la llevo preparando desde hace varios años tras indagar mucho en Internet, haciendo contactos con otros turistas que han visitado la zona, leyendo informes y mapas de los foros de viajeros, viendo vídeos, documentales de televisión, etc.. Jerry me retocó algunos datos y me aconsejó no seguir más allá de Kiroma si no tenía el material necesario para quedarme a pasar varias noches seguidas tirado por los húmedos bosques tropicales ya que no se encuentra ningún otro kampung por esa zona. Aunque hay algunos Pondoks (resguardo utilizado por cazadores y viajeros nativos bajo maderos y plantas que sirve de caseta natural para evitar la lluvia pero no el frío) hay que ir muy bien arropado.
Me lo pensé bastante hasta que decidí cambiarlo porque el final de mi trayecto de ida iba a ser Pronggoli, a tres días de Kiroma. La vuelta la quería hacer por la ruta sur regresando por Ninia Soba, donde también tendríamos que hacer varias noches a la intemperie.
Así pues, punto final: Kiroma.
Varias riadas han destruido el resto del trayecto hasta Kurima, donde se encuentra el control militar y el policial. Por lo tanto, hay que comenzar a caminar por un terreno muy pedregoso y atravesar un riachuelo mediante maderos que sirven de puente. En ambos puestos hay que inscribirse, aportando toda la información acerca del trekking y dejando en cada uno una fotocopia del Surat Jalan. En el policial Jerry le dio al agente 20.000Rp. "para tabaco" , algo que me disgustó que hiciera, y así se lo dije. Este servicio es gratuito, pero parece ser que el guía quería quedar de "guay" con el poli para otras ocasiones.  
Una vez formalizado todo bajamos hasta el imponente río Baliem, cruzamos un largo puente en suspensión y comenzamos lo que sería una magnífica caminata de dos semanas por las montañas -muchas montañas- al sur del Valle Bailem.
Este Valle ha sido el lugar más visitado de toda la isla, especialmente los últimos años. Es en Agosto y Septiembre cuando más gente se acerca hasta aquí debido a que las diferentes celebraciones de festivales atrae a todas las comunidades, entre ellas Lani, Dani y Yalis, que hacen alarde de toda su parafernalia tradicional, con bailes, arte, simulaciones de batallas.... Hasta las últimas décadas estas tribus fueron las más perdidas del planeta entre tantas montañas. 
El Valle Baliem, con 80km. de largo por 20km. de ancho y con una altitud de 1.600mt. sobre el nivel del mar se encuentra entre las montañas Jayawijaya, rodeada por los montes Surdiman al O. y los montes Star al E., con alturas entre los 2.500-3.000mt., en una extensión tan lujuriosamente fértil que ha podido ser cultivada durante 9.000 años. 
Una vez comenzábamos a caminar iban apareciendo los primeros Kampungs de la comunidad Dani compuestos por varios Honais de cuyos techos cónicos de rafia tiznados de negro aceitoso salía un blanquecino humo, indicio que alguien ha encendido el fogón para hacer comida, hervir agua o simplemente calentar el interior.
Los Danis y los Lanis construyen sus propias chozas (honai), redondas o cuadradas, a base de finos troncos y ramas. Como cubierta para los tejados utilizan preferentemente la corteza de una especie de palmera. Estas presentan la ventaja de que por su forma pueden insertarse entre sí como tejas. Cuando encuentran en las inmediaciones el pandano utilizan también sus hojas. A sus lados se encuentran algunos jardines o pequeñas plantaciones de Ubi (batata dulce) y Cañas dulce
Mientras alcanzábamos más altura dirección Kampung Seima, las vistas del río aumentando su salvaje correntia se perdía en el profundo interior del Valle. Las altas paredes de la montaña y el frescor que aún perduraba de la húmeda mañana hacían vibrar a cualquier amante de la naturaleza en estado salvaje. Aunque aquí ya de salvaje nada de nada.
Seima, el primer kampung que nos encontramos está dominado, como la mayoría de los kampungs grandes, por su enorme iglesia misioneras protestante, de color eléctrico que la  hace visible desde cualquier punto de las montañas, con casas de madera a su alrededor y techos corrugados de metal, y al lado unos pocos honais.
Mientras dejábamos atrás otras humildes aldeas dirección a nuestro próximo destino subíamos empinadas laderas muchas de ellas cortadas por cercados de piedras que para seguir avanzando hay que saltarlos mediante unos pequeños troncos de madera superpuestos con cortes, para un fácil apoyo del pie, que sirven de escala. A más altura mejor visión panorámica y más disfrute del entorno en cada parada que hacíamos: montañas de fondo, riscos completamente labrados (muchas plantaciones están localizadas en abruptos terrenos de hasta 45º en forma de terrazas para aprovechar mejor el terreno), pequeñas agrupaciones de chozas y debajo el rugiente río Mugi, afluente del río Baliem. Estaba recorriendo lo que llevaba muchos años soñando... "las montañas del centro de Papua", y ahí estaba yo, realizando ese sueño!!.
El primer kampung donde nos detuvimos fue Ugem, tras tres horas de caminata -con sus correspondientes paradas- y donde nos recuperaríamos también del estrés matutino de Wamena. Me pareció uno de lo mas fotogénico de todos, debido a su ubicación.
Las llegadas a los lugares donde dormir casi siempre las hacíamos al atardecer, tras pasar pequeñas aldeas de tres y cuatro honais con sus respectivos campos de cultivos, y horas de extremo "solajero" y por consiguiente calurosa caminata, debido mayoritariamente a las continuas paradas que hacía Jerry para "echarse con su sobrino el cigarrito ahí".
Mientras caminábamos bajando altura para llegar al kampung un nativo portando únicamente su koteka (u horimnos alcanzó y comenzó a hablarnos. Inmediatamente, Jerry le ofreció un cigarrillo, pues era lo que pedía. Y esto sería la costumbre durante toda la caminata: los "Colgaderas", individuos que necesitan fumar imperiosamente en una lujuriosa orgía "humo-rística", pues no sólo se trata de fumarlo sino hacerlo sin parar y parar, y sin sentido, que a veces he pensado que no saben realmente lo que están haciendo, ya que no veo que lo disfruten (vaya, es mi visión occidental!!). Los he visto fumarse el cigarro entero en menos de dos minutos a caladas ininterrumpidas!! Mucha risa. Una locura. Y un éxito para las compañías tabacaleras. 
Pues que mejor víctimas que los turistas, que siempre llevan tabaco "para dar", pues los guías a esto los han acostumbrado. Es también un hecho social, una forma de respeto, un obsequio amistoso. Mientras el individuo se fumaba el pitillo se apoyaba en el cercado tomando ridículas posiciones para llamar la atención "fotográfica" y así pedir dinero si se me hubiera ocurrido apuntarle con la cámara fotográfica. Pero como ya estoy más que habituado a ver kotekas a mi alrededor todos estos días que he estado paseando por Wamena y su Valle, tampoco le presté mucha atención. Bueno, aprovechando que tomaba algunas fotos del escénico poblado -que parece que "flota"- pues se encuentra enclavado sobre el lomo de un empinado montículo y rodeado de montañas, aproveché para desviar la cámara y "robar" algunas instantáneas del susodicho. Lástima que sus enormes iglesias, escuela y Kantor (oficina administrativa del gobierno local) situada a la entrada del poblado estropeara la "imagen" de kampung tradicional.
Me hubiera gustado quedarme en algún honai de los nativos, pero Jerry me indicó que junto a la casa del profesor de la escuela había varios honais en buenas condiciones y su emplazamiento, sobre la falda de la montaña, tenía unas muy buenas vistas del kampung y el entorno: unas extensas cordilleras tanto en frente como detrás de nosotros. Y así fue. Intentó localizar al profesor para poder ocupar uno de los honais pero resulta que como los niños estaban de vacaciones éste había regresado a Wamena, por lo que un chiquillo que cuida su casa nos ofreció el alojamiento. Nos trajo agua de un manantial que caía por la ladera en varias garrafas para hervirla y poder cocinar con ella o beber, y leña para hacer fuego.
Estos manantiales abundan en todo el recorrido, son adecuados para llenar las botellas y beber en él sin riesgo alguno. En ningún momento utilicé mis pastillas de cloro para purificar el agua que cogíamos gracias también a los consejos del guía y de algún vecino que nos encontrábamos por el camino. También lo utilizan para bañarse, lavar la ropa o limpiar de tierra las batatas dulces y las plantas comestibles, entre ellas riquísimas espinacas locales, como hacen muchas mujeres. 
La caída del sol hacía brillar con hermosos colores todo el entorno. Seguía completamente despejado, apenas hacía frío y los olores entre-mezclados de naturaleza limpia y madera quemada me recordaba muchos encantadores momentos de otros viajes realizados donde me he quedado a dormir en poblados tradicionales rodeado de vecinos. Hasta que, de pronto, comenzó a entrar por el Valle un extenso manto de neblina que fue ocultando paulatinamente el poblado hasta hacerlo desaparecer, creando un ambiente silencioso y místico. De igual manera, el frescor se convirtió en un frío y húmedo aire que nos hizo abrigarnos en el interior del honai-cocina.
Ahí haríamos la comida, y como en muchos momentos del trekking, en una cabaña situada junto a las que se utiliza como viviendas. En otros la haríamos en el fogón de la misma vivienda. El centro del piso bajo está destinado al agujero donde se deposita la leña, y sobre ella unos hierros atravesados mantendrán el caldero. Encima, en una pequeña bandeja completamente negra de la carbonilla y la grasa del humo se deposita el resto de la madera a utilizar. En ocasiones, y debido al frío exterior, hemos tenido que dormir junto a las ascuas que ha de ser alimentada con más leña en varias ocasiones para que no se apague. A un extremo y separado por maderos se encuentra el chiquero donde duermen los cerdos, un animal muy querido y cuidado por la familia  que es considerado parte de ella. Sobre el techo de madera, que hará de planta alta, un tapiz de rafia servirá de dormitorio a la familia.
El habitáculo se llena de humo e impregna igualmente todo el techo de una ligera película negra grasienta. Cuanto más leña se deposita en el fogón más humo se acumula mientras busca salida por la chimenea, que es una pequeña oquedad en la parte superior. Esto evita los mosquitos peligrosos que producen Malaria, pero no evita los moscones, las chinches y otros molestos parásitos de los cerdos. En ocasiones han producido importantes picaduras infecciosas, de hasta varios meses de duración, tanto en los aldeanos como en algunos excursionistas que no han tomado las correctas precauciones a la hora de protegerse. Yo me he traído un bote de loción Pediculicida (ZZ) para el caso de quedarnos en algún honai de mala muerte, además del repelente de mosquitos para el camino pues siempre se pasa por zonas húmedas y encharcadas donde abundan por miles. Que difícil se hace el cagar sin que pique alguno en el culo. Y lo complicado que es limpiarse con agua y la mano izquierda. Tantos años viajando y aún me sigo manchando la mano!. Y se me queda el culo mojado. Yo no sé cómo hace esta gente para no mojarse el trasero del pantalón cuando se lo suben!!
El interior del honai es oscuro y el humo acumulado cuando se enciende el fogón es a veces asfixiante, sobre todo cuando se intenta caminar en él. Es mejor siempre estar sentado o acostado. Por las noches se suele oír a menudo a la gente toser constantemente. Pero es al realizar la comida cuando más calor hace, pues todo queda retenido en su interior hasta que se abra la pequeña puerta de acceso a ella, por la que apenas yo puedo entrar. Es tan minúscula que hay que hacer contorsionismo para acceder. El suelo es de hierba seca que aísla de la humedad. Siempre hay que descalzarse como signo de respeto, porque por lo de la limpieza... como que no. Hay mas mierda dentro que fuera.
El amanecer no fue menos espectacular. Pequeños cúmulos de nubes rodeaban el Valle del río Mugi y por momentos los poblados enclavados en los montes aparecían como volvían a desaparecer, y las nubes altas ocultaban las cotas más elevadas de las montañas. Tras desayunar y pagar por los servicios recibidos -honai y leña (80.000Rp.)- comenzamos nuevamente a caminar el objetivo del día, ganando altura, esta vez hacia Hitugi.
Volvíamos a pasar aldeas de pocos honais, enormes plantaciones de batatas y diversas hortalizas trabajadas por los nativos, o familias de cerditos que junto a sus innumerables cagadas afinaban los olores y complicaban el paso. Las estacas de maderas que sirven como puertas de acceso a los cercados también limitan a los cerdos para que no se alejen del entorno o no invadan otras plantaciones.
Por el camino íbamos cruzándonos con amistosos y alegres aldeanos de las comunidades Dani y muchos Yalis que se dirigían a Wamena, sin dejar de darnos la mano, mientras nos saludaban: "Wa, Wa, Wa, Wa, Wa..." (algo así como: "hola, hola..." "gracias por estar ahí..." "gracias por todo") en bahasa papua. Sería como un Shalom, un Salam Aleikum, un Bula, un Tashidelek..., y todo envuelto en la bellísima naturaleza del lugar. Y de paso... "un cigarrito ahí...?".
Hasta las últimas décadas las tribus Yali fueron el pueblo más perdido del planeta entre la espesa vegetación y las montañas. Ellos cultivaban y recolectaban, criaban cerdos, y usaban piedras pulimentadas como azadas y utensilios de guerra. Al igual que los Danis nunca trabajaron la alfarería -lo que indica signo de modernidad-, aunque su tecnología fuera como aquellas del Neolítico entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Ahora viven esparcidos entre las abruptas laderas de las altas montañas y el Valle Baliem tiene una de las más altas densidades de habitantes en la provincia Papua. La temperatura en las montañas varía desde los 26 grados por el día hasta los 10 grados por la noche o, a veces, menos.
Sin embargo los Yalis, mayoritarios entre las montañas al S. y O. del Valle, aunque tienen similar forma de vida que los Danis  practican cultivos con técnicas menos sofisticadas y crían menos cerdos. Las costumbres y apariencia física son diferentes aunque en principio no lo parezca. Proveen a los Danis de plumas de aves muy decorativas, pieles de canguros arborícolas y couscous. Sus herramientas no han cambiado en miles de años, destacando los noken (bolso trenzado de hilo) que cargan sobre su frente, arcos y flechas de gran tamaño y formas para distinto tipo de cacería y disputas entre ellos -incluida la humana-, y están menos influenciados del exterior. Los hombres de cada tribu cultivan sus calabazas peneanas en diferentes estilos, mientras los Danis usan un largo Koteka, los Yalis usan uno aún más largo. 
Hablan  papuano -lenguaje Austronesio- y viven en la zona central de los montes de la isla Papua, la provincia más septentrional. Fueron descubiertos de casualidad en 1938 cuando varios científicos buscaban especies perdidas de animales y aves, pero no fue hasta 1961 cuando otros científicos hallaron esta población de origen melanesio de piel negra y cabello rizado, con formas primitivas de vida. Una organización social compleja estancada en la edad de piedra, con dientes de cerdos atravesando sus tabiques nasales y vistiendo solamente un koteka, conchas y plumas, que se dedicaban a la agricultura con tubérculos muy propios como la batata y el taro, y con considerable conocimientos de ingeniería -por la construcción de puentes colgantes y de sus viviendas-, criando cerdos y celebrando festivales que implicaban su matanza tradicional (disparo de una flecha directa al corazón) y luego asado en un agujero donde se deposita piedras ardientes extraídas de una hoguera, tubérculos y el cerdo abierto en dos, tapado con hojas de plataneras y otras plantas (Batu Bakar), y envueltos en muchas guerras intertribales, como algo cotidiano, causadas quizás por un simple incidente, o por secuestro de alguna mujer. 
Entrar en su territorio envuelve jornadas en la más profunda realidad, pues sin medio de transporte terrestre, la única manera de moverse de kampung en kampung es a pie y por los senderos perfectamente marcados que ellos bien conocen. Los kampung de las misiones disponen de pequeñas pistas de aterrizajes donde es posible llegar alquilando una avioneta pero a unos precios desorbitados. 
Desde la ventanilla del avión pude observar zonas que parece una inmensa extensión de cartones de huevos, con cientos y cientos de picos y barrancos imposibles de cruzar. Dicen que posiblemente en la provincia haya unas 250 lenguas diferentes que representan a grupos tribales que raramente se mezclan con otro que no sea el suyo. Algunos están tan remotamente aislados, debido a la abrupta configuración del terreno, que todavía no tienen prácticamente ningún contacto con el mundo exterior. No hay animales salvajes porque todos han sido aniquilados tanto para comer como para aprovechar su belleza utilizándolos como objetos decorativos para sus trajes.
Nos hemos encontrado con ancianas sentadas en sus terrenos vendiendo algunas batatas sancochadas, unas coles, espinacas y plantas que posiblemente sirvan para aderezar la comida local. Desgraciadamente, aquí las mujeres continúan aún trabajando más duramente que los hombres en sus parcelas, cargando leña, verduras y hortalizas dentro de sus pesados noken. Tras consultar a Jerry si comprar algo por el camino o en Hitugi, decidimos no hacerlo para no estar cargándolo innecesariamente por el camino pues, según él que tiene experiencia en esta zona, allí podríamos comprar verduras de las huertas y almorzar de paso. 
Sin embargo, esta vez la suerte no estaría con nosotros ya que sucedió un lamentable hecho cuando alcanzamos Hitugi. Lo primero que nos encontramos a la entrada el poblado fue la imagen de una pequeña iglesia protestante, de madera oscura, con un diseño diferente rodeado de un muy bien cuidado jardín. Nos recibió un aldeano que nos pidió primeramente un cigarrillo, que el "Conseguidor Oficial", Jerry dio y comenzaron a charlar sobre nuestra procedencia y hacia donde íbamos. Pedí permiso para entrar en el poblado: "Permisi!", que amablemente me concedió (Permisi es una petición respetuosa que se hace para pasar entre las personas reunidas, y en este caso también para entrar en el poblado. Se realiza con la cabeza agachada de forma sumisa y la mano derecha apuntando hacia el suelo y marcando el camino a seguir). Como oía cantos que procedían del interior de la iglesia me pareció interesante visitarla, y fue el primer sitio que quise ver. Pedí nuevamente permiso para entrar pero el tipo me dijo: "Sepuluh"... es decir "10"(10.000Rp.) por acceder a una iglesia de mi propia religión!!!. Aunque nunca voy a misa ni soy cristiano practicante..., pero es la primera vez que me ocurre algo parecido durante mis treinta y tantos años viajando!!!. Ni los musulmanes, que son los más desconfiados de la faz de la tierra me han dicho algo parecido, ni los hindúes, que no permiten el acceso a ciertos templos, uno por no ser ni musulmán y otro por no ser hindú, en esos casos. Me había pedido dinero por entrar en una iglesia!!! ¿Pero como va a ser eso?. Con tremendo mosqueo le dije "que yo era cristiano y que era la primera vez que alguien me pedía dinero para entrar en mi propia iglesia". El individuo como que se lo pensó y me volvió a hablar diciendo: "oh, no, pasa, pasa...". "Pues ahora no!!", le dije. Y con mal tono, lo admito, le dije a Jerry que me iba de allí. Nos sentamos junto a una de las casas de madera situadas junto a la enorme escuela que debe albergar a la mitad de los estudiantes del valle mientras contemplábamos el kampung. Un poblado con jardines bien cuidados, con vistas al colosal precipicio que da al Rio Mugi -que también arrastra el agua con mucha fuerza y se puede oír perfectamente su rugir, especialmente por las noches-. No había nadie por los alrededores. Estaban todos en misa. Su mercado, situado en otra explanada, está compuesto por casetillas de maderos, pero estaba vacío, porque no era día de mercado. Así pues, tras media hora de descanso (y descontento por mi parte recordando el incidente) y en vista que no había ningún aldeano que nos pudiera conseguir algo de verduras, continuamos la marcha dirección Yuarima, nuestro próximo destino para pernoctar.
En un momento de la caminata Jerry me señaló a un pequeño poblado que se encontraba al otro lado del río, en la montaña de enfrente. Me dijo que en la explanada, junto a la iglesia, solían celebrar la despedida de año los vecinos del lugar. Le pregunté si habría bailes tradicionales o si la gente se ponía las mejores galas de su comunidad para festejarlo pero me dijo que sólo se trataba de una celebración religiosa. Vaya con la iglesia, pensé, organizando la vida de los paisanos y lo bonito que es vivir bajo su manto protector viendo pasar los años, rezando y rezando. No le quise dar más importancia. Seguíamos saltando vallas y escalones formados por troncos, subiendo y bajando alturas, avanzando sobre empinados riscos, encontrándonos con más aldeanos que iban o venían y viejitas de semblante endeble, con sus trajes oscuros, sucios, desgastados por los años y por las veces que ha sido lavado en las canelas aguas del río, cargando cantidad de leña sobre su cabeza, o dentro de su nokeno dos, o incluso hasta tres: niños, cerdos, coles, hierbas, batatas...., de todo cabe en su interior. Algunas cargaban posiblemente más de 20Kg. en total avanzando a paso lento y deteniéndose para recobrar aliento cuando más empinada se les hacía la subida. Caminos en todos los casos bien marcados, anchos o estrecho, mayoritariamente de buen firme pero que a veces era de piedra suelta, tierra húmeda completamente resbaladiza que aumentaba el peligro de caída en algunas subidas o bajadas bastante empinadas.
Alcanzamos primeramente Yuarima pero el guía prefirió continuar varios cientos de metros más hasta llegar a otro más pequeño (no estoy muy seguro ahora del nombre) donde intentó localizar al profesor de la escuela para quedarnos en una de las habitaciones de su casa, pero estaba en Wamena también. Así que nos ofrecieron quedarnos en una de las habitaciones del Kantor (oficina administrativa del gobierno local) del kampung. Unas alfombras de rafia sobre el suelo y unas mantas para evitar el frío de la noche era lo único que había. Genial. No hacía falta más ya que yo disponía de saco de dormir. 
Nion, el porteador, hizo café negro en una jarra plástica para el grupo de vecinos que allí se encontraba, descansamos y la tarde la pasamos en el descampado donde los más jóvenes jugaban voleibol. Reunido junto a un grupo de mayores sobre una gran piedra continuaba trabajando mi particular bahasa indonesia, y aquí me di cuenta que tan sólo dos meses de práctica no es suficiente para desenvolverme yo sólo por los poblados sin guía. Es mejor ir acompañado de uno con sobrada experiencia porque ayuda a una mejor integración con la población local. De repente, uno de los mayores que estaba sentado a mi lado y que previamente se había marchado a su casa apareció vestido con su traje tradicional Yali de tiras que rodeaban su cuerpo y un gran koteka amarrado a su cintura. Estaba feliz mostrándomelo haciendo gestos para que lo viese saltar y bailar. Comprendí en seguida que no lo realizaba por dinero sino porque disfrutaba haciéndolo sin más. Todo se reían y él mas se meneaba. Detrás de él venía otro tan sólo con su koteka, pero no para mostrármelo, sino porque pasaba por ahí, como todos los días. Al caer la tarde algunos jóvenes intentaban con su escaso inglés decir algunas frases pero terminamos traduciendo del inglés al indonesio y al papuo las palabras más usuales, en una especie de juego, para que yo las aprendiera. Luego trajeron batata dulce sancochada (Ubi) y me ofrecieron comerlas con ellos.
De vuelta a la casa donde nos quedaríamos esa noche me encontré con la cena preparada por Nion, arroz blanco con fideos y col, un plato que sería bastante habitual durante todo el trekking. Unos tes calientes y en poco tiempo estábamos todos recogidos pues cuando oscurece hace frío casi nadie deambula por el exterior de sus viviendas hasta el siguiente día. Aquí se vive solamente con la luz solar y se duerme apenas ocultado el sol. 
Al amanecer, sobre las 5:30, se comienza a oír los primeros ruidos de la mañana: perros ladrando, niños llorando, gente hablando en voz alta..., el despertador natural diario para nosotros.
Tras desayunar unas galletas con Energine (copos de avena que viene en sobre para ser diluida en agua caliente) y mientras nos preparábamos para partir, aparecieron varios vecinos con unos adornos de plumas de aves de diferentes colores. Pensé que era complementos de su indumentaria por que muchos acostumbran a ponerse plumas sobre el pelo. Aproveché para tomar unas fotos y salimos rumbo a Kiroma, que se encuentra mucho más al fondo del barranco de estas intrincadas cordilleras. Por el camino Jerry me dijo que le habían comentado que el día 31 habría un festival para despedir el año en Syokosimo y el día 1 de enero otra en Ugem por la entrada de año y que se reunirían todos los vecinos de los poblados colindantes. Le pregunté porqué no me lo había dicho antes, pues nos podríamos haber quedado unos días más en el kampung y así yo podía ver un acontecimiento no turístico. No me respondió nada y eso me cabreó muchísimo. Siendo su cliente debería de estar más al tanto en lo que me podría gustar ver, que para eso hacemos el trekking. No sólo se trata de caminar y caminar sin sentido alguno. Volver nuevamente hacia atrás era una gran putada, y lo único en lo que podríamos confiar sería coincidir por el camino con otro kampung que celebrara el mismo festival. Ya me extrañaba ver a algunos vecinos trasteando con diversas indumentarias tradicionales y adornos por el poblado. Estaban dando los últimos retoques a lo que se iban a poner ese día!!.
Continuamos subiendo altura. Creo que pudimos rebasar los 1.800mt. pues las nubes quedaban en ocasiones por debajo de nosotros. En esta parte del recorrido no encontramos a nadie que nos ofreciera ni batatas ni verduras para comprar. El camino estaba vacío de gente. Ni siquiera había nadie trabajando los terrenos. El calor de la mañana hacía cada vez más fatigosa la ascensión, hasta que llegamos casi a medio día a Yogosem. Habíamos caminado solamente dos horas, pero se habían hecho eternas debido a las inclinaciones del terreno y el calor. No nos había llovido aún ningún día, y eso era, por otro lado, mucha suerte. 
Lo que más me ha jodido de todo esto es que tras una dura remontada venía una bajada para luego volver a remontar lo que anteriormente habíamos bajado. Y así en varias ocasiones. 
Desde el mirador, lleno de basura que la gente tira cuando realiza la parada de descanso, la vista es espectacular, pero no del kampung, ya que han construido cantidad de casitas de madera con techo corrugado relegando a un segundo plano visual los pocos honais que quedan ocultos entre la arboleda, sino de las escarpadas paredes de los atractivos montes circundantes. El intenso color verde envuelve todo el panorama y una cascada al fondo del pueblo, cayendo entre tanta vegetación, es el culmen de lo pintoresco. Tras reponernos de tan extenuante caminata, decidimos tirar "pa'bajo", por un terreno resbaladizo debido a la gran cantidad de gravilla y tierra suelta.
Mientras Jerry y Nion descansaban en las escaleras del Kantor aproveché para dirigirme a un grupo de vecinos que se encontraban reunidos sentados fuera de la iglesia. Hablé con ellos y ante su curiosidad les expliqué nuestro itinerario. No había actividad alguna, ni mercado, ni nadie que nos pudiera ofrecer algo para hacer de comer en ese momento. Las miradas de aquellos dos era de congoja. Además de estar fatigados, no podían almorzar, que sumado a la bronca que le había echado al guía por no haberme informado del festival, le produjo cara de no buenos amigos.
En vista que no pudimos hacer nada decidimos continuar la marcha hasta Kiroma. Esta sería para mi la parte mas bonita del pateo. Abandonamos lo menos verde para adentrarnos profundamente en bosques tropicales tan densos que no se ven casas algunas y donde abundan los mantos de musgos ya que es muy húmedo. 
Entre los 2.000-1.000 mt. se encuentran bosques primarios (o masa forestal original) y extensas mantas de helechos y orquídeas en rica armonía con muchísimas especies de árboles tropicales que crecen abundantemente en ellas. En la zona más baja llegan haber hasta 1.300 especies diferentes, 80 de las cuales son conocidas especies de plantas aéreas viviendo simbólicamente entre ellos y totalmente intocados por el hombre. Una y otra vez debíamos cruzar los arroyos que fluyen a los bosques desde la jungla. La región a través de la cual hay que abrirse camino es tan bella que se asemeja un paisaje de cuentos de hadas. Por todas partes crecen fastuosas orquídeas, begonias rojas y blancas y otras flores tropicales. Los troncos de los árboles cubiertos de capas de musgo recuerda la escenografía de un bosque de brujas por el que podrían aletear perfectamente seres fantásticos. Aunque también se pueden ver, lamentablemente, extensas deforestaciones cerca de los lugares de fácil acceso para el hombre.
Tras las consecutivas subidas y bajadas, atravesando zonas pantanosas donde nos llenamos de barro hasta los tobillos, caminamos cientos de metros por encima de troncos cortados que hacían de pasarelas flotantes sobre el barro hasta que llegamos a Kiroma, donde habíamos planeado hacer dos noches para reponernos y caminar tranquilamente por sus alrededores.
Un poco antes del poblado otro camino continúa hacia Ninia o Soba, atravesando varias escarpadas montañas (dos días) según se quiera continuar la marcha hacia el O. dirección Angguruk o volver hacia Wamena por el S., como yo tenía planeado primeramente.
Desde Kiroma se puede continuar la ruta ascendiendo por las montañas hacia Prongoli y Angguruk atravesando el Monte Siam, Swele, Solinggul y Waniyok. Es necesario tienda de acampada, o si se prefiere dormir o descansar en los Pondoks (cubiertas de troncos y plantas que utilizan algunos cazadores y caminantes locales) del bosque: 
Pondok Mulubagik en la parte alta de la montaña, 
Pondok Wonggul (6 horas de caminata) en la parte baja del bosque, 
Pondok Matik en el bosque, cruzar Elit Pass, descansar o dormir en el Pondok del bosque en Abeanggen, 
Pondok Pyliam (7 horas), 
Pondok Walma (6 horas) y llegar a Angguruk tras 5 horas más de marcha. 
Son necesarias buenas mantas, algo de comida y ganas de aventura extrema, pero si se quiere ver algo aún más tradicional por aquí es imposible. Una vez observando lo que me iba encontrando llegué a la conclusión de que caminar días y días hacia el interior del Valle no significaba que fueran apareciendo más kampungs tradicionales y que cuanto más nos hemos adentrado hacia los montes las vistas siguen siendo prácticamente las mismas. No por mucho caminar se va a encontrar tribus perdidas en la jungla. Enormes iglesias que dominan los poblados, pistas de aterrizaje que traen lo más necesario para "vivir más cómodo", gente vistiendo equipajes de casi todos los equipos conocidos de la Eurocopa, pantalones vaqueros, camisetas de colores "fosforito", que sólo se pondría un ciclista para pedalear por la noche, trajes floreados del Pacífico Sur, pareos indonesios..., eso sí, la gran mayoría continúan andando descalzos. Tan sólo se ve algunos mayores que no han querido sumarse al "desarrollo" y continúan vistiendo únicamente su koteka (u horim), y es incierto que se vean mujeres con las tetas al aire vistiendo una simple falda de rafia y collares de piedras de colores. Quizá alguna anciana lo haga pero la gran mayoría son muy cuidadosas con su indumentaria moderna.
Hay muchos turistas preocupados nada más en querer llegar hasta Angguruk, caminar varios días por sus alrededores y regresar a Wamena en avioneta alquilada, con lo caro que resulta todo eso y lo poco diferente, en general, que puede ser.
Lo tradicional realmente se encuentra en los poblados al amanecer o al atardecer, dentro de los honais a la hora de comer o en las pequeñas fincas donde recogen lo que van a comer ese mismo día o misma semana, porque es constantemente lo mismo: Batatas dulce, o coles, lechugas, pepinos, calabacinos, cebolletas... si los hay.
He llegado hasta Kiroma, usando una sencilla ruta. Desde aquí todo es más complicado, los montes se estrechan en profundos barrancos y se necesita estar muchísimo más preparado.
Hacer más de una noche aquí se agradece porque ayuda a recobrar las energías gastadas. Aunque la gente es un poco más desconfiada y algo brutita, y los más pequeños menos tratables. Las niñas intentan esconderse nada más mirarlas y las más mayores miran extrañadas. Estos días hace frío, y a casi todos les cuelga una o dos velas verde de mocos que en seguida succionan para más tarde volverles a colgar, y así todo el día. Muchos mayores están enfermos de los huesos o del estómago, los niños tienen infectadas muchas heridas en las piernas debido a las picadas de mosquitos, o cerradas en falso muy sucias.
Lo mejor que puede estar haciendo el gobierno y las iglesias es construir nuevas casas para que abandonen los sucios honais que no producen otra cosa que contaminación ambiental, enfermedades cancerígenas debido al CO que produce la mala combustión de la leña o las enfermedades de transmisión de los cerdos, pero por otro lado, y analizando el entorno una vez pasado varios días conviviendo con ellos me viene a la cabeza preguntarme ¿pero quienes son ellos, que poder absoluto han podido recibir para decidir el futuro de las comunidades que durante miles de años han vivido así, y podrían seguir viviendo igualmente toda la vida? Es justo decidir el futuro de los demás? Hablando con los habitantes, muchos confiesan estar contentos con el cambio hacia la modernidad, poder abrazar lo nuevo, la innovación, y si hay que bailar delante de la iglesia, se baila, y si las letras de las canciones han sido cambiadas por letras religiosas cristianas, mejor. Otros, los mas ancianos, se niegan al cambio y siguen vistiendo igual, y no van a misa, y no hacen caso a los misioneros. Nunca lo han hecho ni lo harán el resto de sus vidas. Pero está claro que de aquí a 12 o 15 años no quedará vestigio alguno de las ancestrales costumbres de los pobladores de las montañas del centro de Papua. Sólo reportajes y fotografías.